Incluso la soledad impuesta por
acontecimientos externos puede ser un trampolín para hallar una
salida y elevarnos más allá del presente. Es muchas veces la mejor
manera de defenderse y protegerse, como en el duelo, dice Boreau,
aunque hoy se aconseje a los que pasan por ese difícil trance que
mantengan su actividad, que no paren ni se queden solos, cuando tal
vez sería mejor asumirla y adaptarse a ella. La soledad, en ese
sentido, según, la psicóloga Ester Cuchholz, es un medio
imprescindible para regular y ajustar nuestras vidas y un medio para
comprender las necesidades reales que tenemos y cómo satisfacerlas.
El tiempo que pasamos a solas, voluntaria y conscientemente, no es
nunca un tiempo perdido, sino un alimento, es combustible para la
vida.
Hay otras muchas facetas positivas de
la soledad. Por ejemplo, un estudio realizado en la universidad
norteamericana de Harvard comprobó que formamos los recuerdos más
duraderos y precisos cuando estamos solos, porque fijamos más la
atención y no funcionamos en modos “multitarea” como con otras
personas. Y en otro estudios se halló que la soledad mejora la
percepción de las cosas: afina nuestros sentidos.
Pero lo más importante, creo, es lo
que dijo el gran humanista francés Michel de Montaigne: en ella
encontramos esa “trastienda nuestra” donde fijar nuestra
verdadera libertad y donde vivir para nosotros mismos. Solo así,
dueños de nosotros mismos. Podemos luego salir plenamente al
encuentro de los demás. Solo así podemos evitar caer en la peor
forma de soledad: el descontento con uno mismo y la incapacidad de
disfrutar de la vida
Paco Valero