¿Que diría hoy Anthony Storr, cuando
tanta gente establece vínculos a través de todo tipo de redes
sociales, multiplica sus relaciones a golpe de clic y expone sus
intimidades sin que parezca conveniente guardar algo para la
maduración interior? ¿Qué diría de un tiempo en el que la
distinción entre estar solo y acompañado se ha vuelto borrosa
porque los artilugios nos dejan a disposición permanente de los
demás? Vería en ellos seguramente una muestra más de la condición
contradictoria del ser humano: un ser único del nacimiento a la
muerte y con una capacidad enorme de comunicarse con los demás, pero
no ilimitada, porque siempre queda un rescoldo intransferible, y por
tanto un ser abocado a una soledad intima, aunque necesitado de
compañía para “completarse”, para ser.
Es una contradicción insalvable por
mucha tecnológica que pongamos en nuestra vida y por muchas
relaciones que establezcamos: nunca llenaremos del todo la soledad
existencial que nos caracteriza. De hecho, ese sentimiento de soledad
parece haberse multiplicado en paralelo a las posibilidades de
comunicación, como si esa capacidad en aumento -que lleva a extender
nuestra presencia, aunque sea virtual, a todo el planeta- en vez de
redundar en más y mejores relaciones ahondara en el aislamiento.
Ese sentimiento creciente de soledad
en medio de la riqueza comunicativa proviene de unas carencias que no
se sabe cómo llenar. Es una soledad vacía y por tanto “temida”.
Paco Valero