Hay personas que huyen de su silencio
para no oír lo que no les gusta de sí mismas. Sin embargo, quien se
da la oportunidad de observar lo que se dice así mismo puede
entender cómo eso afecta a su forma de comportarse y de actuar en la
vida.
Al atravesar esta primera fase se puede
comenzar a reconocer lo que se piensa sin tener que luchar contra
ello. Se empieza a descubrir entonces un espacio que lleva no solo a
conocerse mejor, sino a estar más en uno mismo.
Se accede así a lo más puro de la
esencia humana y al poder de reconciliarse con uno mismo y con el
entorno. Las relaciones y las actividades cotidianas se tornan más
fáciles y fluidas.
El silencio requiere una actitud de
recogimiento interior que puede practicarse en los actos cotidianos.
Ahí es donde realmente podemos hallar los silencios más valiosos,
los descansos y las respuestas más sorprendentes.
Cristina Martínez Gómez (psicóloga)