Estamos acostumbrados a hacer dos y más
cosas a la vez -es más, admiramos a quienes pueden hacer muchas
cosas simultáneamente-. Y a menudo nuestra mente sigue dándole
vueltas a una ocupación anterior cuando de hecho nuestra actividad
ya ha cambiado. Aspiramos a ganar tiempo, en una agenda frenética
para aprovechar al máximo nuestra vida, o al meno eso creemos.
Porque lo que quizá no advertimos -y es natural, ¡estamos demasiado
ocupados haciendo tantas cosas!- es que haciendo demasiadas cosas, en
realidad, no hacemos nada. No vivimos nada de lo que hacemos, no
experimentamos lo que es hacer una sola cosa. Saboreándola,
sacàndole todo su jugo.
En definitiva, se trata de hacer las
cosas con conciencia porque así en realidad lo que estamos haciendo es
querernos un poco más a nosotros mismos.