Asumir
el riesgo puede liberar y abrir a nuevas posibilidades.
La duda puede ser como un farolillo que
ilumina los pasadizos del alma: invita a detenerse y a preguntarse
por aquel que mejor conduce hacia lo que se desea. Sin embargo,
querer hallar certezas que ayuden a a avanzar en la dirección
correcta puede hacer que las dudas, en lugar de iluminar, prendan
tanto que cieguen e impidan ver el camino.
“Quien para ir a rezar duda entre dos
mezquitas, terminará por quedarse sin rezar”, dice un proverbio
turco. Elegir un camino implica abandonar otros posibles, acotar y
apostar, Cuando uno decide porque en su interior sabe que ese es el
camino, se siente fuerte y tranquilo para afrontar los primero pasos.
A veces, ante una disyuntiva o situación difícil, basta con darse
tiempo para averiguar lo que se siente y llegar a ese punto.
Ahora bien, cuando las dudas no se
disipan es fácil convencerse de que se podría aplazar la decisión
indefinidamente. Se le da vueltas a más y más datos o argumentos
con la esperanza de lograr una seguridad acaso imposible de obtener.
Mientra tanto, no elegir es también una elección, pero una elección
inconsciente en la que el día a día parece estancarse. En ese caso
tal vez quepa preguntarse qué riesgo se teme asumir o a qué
preocupa renunciar. Ni se da la oportunidad a un cambio ni se disfruta
del camino por el que se está transitando.
Decidir es comprometerse con uno mismo
a dar un paso adelante, y salir del buche mental en que sume la duda
cambiando el foco de atención. Es abrirse a nuevas posibilidades y
permitirse actuar. Y, por qué no, equivocarse. A veces no se puede
saber si una decisión es la acertada hasta que se toma y se explora
el camino que se acaba de abrir.
Mayra Paterson