Cada vez que respiramos
tenemos la oportunidad de sentir qué tomamos de la vida y qué nos
gustaría dejar atrás.
El dióxido de carbono
cierra el paso al oxígeno en las células; toca, pues, desprenderse
de él. Pero también tenemos hábitos, actitudes o pautas de
pensamiento que suponen una carga. En ocasiones incluso nos hacen
daño o repercuten en quienes nos rodean.
Nuestras células son
maestras en ese proceso al incorporar el aire y los nutrientes que
precisan. La psique lo hace a su vez, al integrar hechos y
situaciones, conocimientos y experiencias. En ambos casos hay que
cribar, transformar, sustituir... Todo ello nos conduce a
experimentar cierto tipo de unidad, sea con la naturaleza que nos
nutre o con la conciencia que nos anima. Elegir lo que mejor nos
sienta sin sobrecargarse con toxinas o rencores es todo un arte.