Se define la apatía como
una ausencia de emoción y de reacción a lo que nos rodea, un estado
de presencia distante.
Es una posición en la que
nos concedemos el derecho a no actuar, a no intervenir, nos damos un
tiempo para decidir qué hacer. En meditación, se dice que nos
esforzamos en "responder", con discernimiento, en vez de
"reaccionar" de forma automática.
Deseamos estar solos, tranquilos,
replegarnos en nosotros mismos. Esa apatía no hay que rechazarla de
inmediato en nombre de la necesidad de "positivizar" a
todas horas, porque es la que nos obliga a escuchar a nuestra
tristeza en lugar de desoírla y pasar a otra cosa. Nos impulsa a
dejar de actuar y de interactuar para plantearnos las cuestiones de
fondo: ¿Qué es lo que no funciona en mi vida en este momento? ¿Por
qué estoy tan triste? Luego, deberemos alejarnos de la apatía para
poner en práctica las respuestas a esas cuestiones -si las hemos
encontrado- o para reincorporarnos a la vida -si esas respuestas son
de momento inaccesibles-. Porque la apatía solo es útil y fecunda
cuando es un estado pasajero y no crónico.
Es como una pausa en el
curso acelerado de nuestras jornadas. Y si, en lugar de rechazarla,
la habitamos con estados de ánimo positivos -curiosidad, paciencia,
tranquilidad- nos ayudará a comprender y a saborear mejor nuestra
existencia.
Christophe André