Gozar con la presencia de los pájaros
suele requerir una mezcla de calma y atención. Observarlos es una
fuente de inspiración a múltiples niveles.
La vida urbana a menudo
induce a perder la conexión con el mundo que nos rodea, con las
estaciones o los sutiles detalles que proporciona la naturaleza: los
mensajes de la vida.
Contemplar las aves nos
saca del ensimismamiento, da alas a nuestro corazón y trae un soplo
de aire fresco a nuestra vida. Par eso no es preciso ser ornitólogo,
tampoco conocer el nombre de ese pájaro que nos conmueve con su
delicada presencia o su alegre canto. Basta con ser capaces de mirar
y sentir.
La sensación es conocida
y hasta familiar, pero no por ello menos evocadora y fascinante: ver
volar a un ave, seguirla con la mirada y observar cómo se aleja más
allá del alcance de la vista, con un aleteo pausado, hasta
desaparecer para siempre de la mirada y posiblemente de nuestra vida.
Esta situación puede colmarnos de un sencillo bienestar. Y no es
raro que quien observa las aves entre el asombro y la admiración ,
lo haga con un sentimiento de dicha, pero también de profunda
introspección.
La aves son un símbolo
de la sabiduría. Como ellas, tal vez podemos ascender a un nivel en
lo que trascender lo mundano y obtener una visión inefable de
nuestra existencia, por ejemplo a través del vuelo, de la relajación
o la meditación.