Se trata de una emoción, compleja,
pero a a la vez frágil y difícil de dominar, ya que de la misma
forma que se enciende como una chispa y deslumbra con su poderosa
luz, también puede desvanecerse con rapidez. El reto reside tanto en
mantener viva esa llama como en lograr que no resulte insustancial,
quedándose en una momentánea sensación eufórica que no se
convertirá en nada, y es que el entusiasmo sin compromiso ni
perseverancia se convierte en algo estéril, como una semilla que no
enraíza.
También abre caminos, a veces por
parajes desconocidos. Por eso es necesario ponerlo a prueba, dado que
a veces lleva a ver solo la cara más amable de las situaciones.
Y si algún día flaquean las fuerzas y
la vida trascurre sin alicientes que enciendan su llama, puede ser
útil acercarse a quien lo desprende, porque como todas las
emociones, el entusiasmo también se contagia.
Anna Tiessler