Las caricias son como el sueño: tienen
el poder de reconstituirnos, con la diferencia de que estamos
plenamente despiertos. Las manos trasmiten afecto y amor con más
elocuencia que las palabras, mientras la piel agradece ese bálsamo
venido del cosmos. Vivir es algo que siempre se hace a flor de piel.
Es la piel la que se roza con el mundo, la que lo descifra y se lo
cuenta al resto de lo que somos. Vivir es poner la piel en juego,
pensar con la piel. Pero es un misterio y a la vez un instrumento de
alta precisión emocional, necesita, para cumplir bien su labor,
cargarse periódicamente de energía, recuperarse del desgaste de la
vida cotidiana. Es entonces cuando acariciar adquiere su pleno
sentido: la caricia relaja, limpia, llena los depósitos del alma,
ilumina, humaniza. Cuando acariciamos o somos acariciados estamos
reivindicando la piel como centro de la existencia, como lo más
bello y profundo de la existencia.
Jesús Aguado