Otra cara del miedo es la
que nos lleva a vivir la vida con cierta prudencia. Temer algo o a
alguien puede ayudarnos a sobrevivir en una situación de peligro o
una experiencia estresante. A lo largo de la historia, el miedo ha
sido un arma de defensa que ha permitido al ser humano desarrollar
habilidades extraordinarias para adaptarse a entornos difíciles y
salvaguardarse de los peligros y las incertidumbres, lo que ha
contribuido a la supervivencia de la especie.
La experiencia nos enséña
que la prudencia, la duda o el miedo no tienen por qué ser malas
compañías; condición es que no nos paralicen o nos hagan sufrir
demasiado.
En ocasiones es importante
ser comedido y mantener cierto recelo a fin de poder ocuparse de lo
que puede ser importante para nosotros en cada momento.
Cuando evitamos totamente
aquello que tememos, tratando de borrarlo incluso del pensamiento, es
cuando alimentamos el miedo y lo podemos convertir en un monstruo
desmedido. El miedo no desaparece por el mero hecho de que no
pensemos en él o procuremos distraernos con otra cosa. La evitación
nos protege temporalmente de la angustia que sentimos, pero perpetúa
a nuestro temor y afecta a la percepción que tenemos de nosotros
mismos.
Bet Font y Victor Amat