Se dice que lo que da
identidad a la música no es la sucesión de notas, sino las pausas
que encierra. Las pausas son esas milésimas de segundo, cuando
desaparecen las vibraciones de una nota, antes de que aparezca otra,
en las que hay un minúsculo espacio de tiempo sin sonidos. La música
toma su carácter en estos mágicos intervalos y es en estas pausas
inapreciables donde se apoyan las notas y le infunden alma. Lo mismo
ocurre con las pequeñas pausas de la vida.
A menudo se vive inmerso
en la vorágine de una rutina diaria, siempre con prisas y corriendo,
sin tiempo libre, repleta de obligaciones de las que no nos podemos
abstraer. La mayoría de días están dedicados a un sinfín de
actividades que nos hacen olvidarnos de nosotros mismos. En esta
rutina es preciso detenerse, concederse un tiempo, acaso basten unos
minutos para descubrir nuestra esencia extraviada. No necesitamos
permiso de nadie para hacer una pequeña pausa o dibujar un
paréntesis. Hay que saber poner distancia y prestar atención a lo
que nos rodea. No es necesario hacer nada importante : contemplar el
cielo, observar a través de la ventana, o escuchar las gotas de
lluvia tras los cristales. Esos diminutos momentos de abstracción y
de ensimismamiento son, al igual que en una pieza musical, los que
dan sentido a la vida y sirven para retomar la rutina.