La crisis está poniendo fin a nuestro paradigma vital. Y emerge otro basado en las interrelaciones, la observación consciente y la participación.
Desde que la economía se declaró en crisis, se ha hablado repetidamente de recuperación y de brotes verdes. Se han impuesto medidas de austeridad, proclamándolas como medicinas amargas pero curativas. En la mayoría de los casos, los pronósticos de los tecnócratas se han revelado falsos y sus propuestas nos han llevado más cerca del abismo. Sus teorías se han visto desbordadas por una realidad que está cambiando. Siguen creyéndose expertos, y lo son: expertos en usar mapas que a ningún territorio corresponden y brújulas que conducen al pasado. Lo que hoy guía a la mayoría de economistas y políticos son mapas que cada vez reflejan menos la realidad: en vez de mostrar el territorio, lo ocultan. Ello recuerda una fábula de Luis Borges; "En aquél imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio, toda una provincia. Con el tiempo, estos mapas desmesurados no satisfacieron y los colegios de cartógrafos levantaron un mapa del imperio, que tenía el tamaño del imperio y coincidia puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del Sol y los inviernos".
Aquel imperio es el de ahora. Hoy el mapa amenaza con sustituir al territorio. La viva espontaneidad del mundo empalidece bajo redes de abstracciones cada vez más grises y graves
Jordi Pigem (autor de "Valores para un mundo en trasformación"