"¡Qué dulce es el sueño de la primavera! No me despierta el alba hasta que por doquier se oye el canto bullicioso de las aves. Anoche escuché el ruido del viento y de la lluvia. Y me pregunto: ¿Cuantas flores se habrán caído?".
Meng Haoran, un poeta chino de la dinastia Tang, escribió estos versos hace casi trece siglos y antes de levantarse ya se sentía conectado a otros seres vivos: las aves que cantan tras el chaparrón y las flores que yacen en el suelo, auténticas protagonistas del poema "Madrugada de primavera"
Se requiere quietud y atención para captar así una escena de la naturaleza. En nuestro mundo el canto de los pájaros o el rumor de la lluvia suelen ser engullidos por el ajetreo del día. Pero en nuestro fuero interno seguimos necesitando esa relación no jerárquica con el planeta que Meng Haoran esboza con fluidas pinceladas. Es decir, una relación en la que el ser humano no sea el dueño de la naturaleza y sus seres, sino un elemento más entegrado en el paisaje y plenamente implicado en el bienestar del conjunto.