Como si fuera por
arte de magia, o por encantamiento, cada vez que cantamos ponemos en
marcha una sinfonía de beneficios que, sobre todo, provoca que nos
sintamos mejor con nosotros, con los demás y con el mundo. Cantar,
por el simple hecho de hacerlo, encantará positivamente nuestra
existencia.
Un antiguo proverbio
chino nos revela que un pájaro no canta porque tenga una respuesta,
sino porque tiene una canción. Es decir, no hay un propósito
concreto. Es porque sí. Lo hace como una celebración.
Y es curioso que en
la etimología de cantar encontremos el significado de “celebrar”.
¿Acaso no celebramos cantando? Cuando cantamos, estamos celebrando
una manera de estar en el mundo, de relacionarnos con los demás y,
sobre todo, con uno mismo. Cantar nos da alas, altura y perspectiva.
De no ser así, seguro que los pájaros no cantarían ni darían voz
a los árboles. Pero hay más. Tan cerca están cantar y encantar que
parece mentira que obviemos la magia que hay dentro de cada canción
que entonamos. Una magia que desde hace ya algún tiempo la ciencia
(la única magia que somos capaces de creer) dice que, efectivamente,
esta actividad produce un torrente de beneficios en nuestro organismo
muy superiores a la calidad o no de nuestra voz.
GABRIEL
GARCÍA DE ORO