viernes, 27 de enero de 2012

SUPERAR LA DECEPCIÓN

Siempre que nos sentimos decepcioados -por un resultado determinado, por nuestro comportamiento o el de otra persona...-es porque previamente nos habíamos creado ciertas expectativas alejadas de la realidad. La solución no es dejar de ilusionarse, sino dedicar toda nuestra energía a sacar el mayor partido a aquello que nos ha tocado vivir.
La decepción es ese movimiento de sorpresa y tristeza que nos golpea cuando no obtenemos aquello que esperábamos y que, a menudo, habíamos confiado con anhelo en que sucedería. La decepción solo sobreviene cuando ,previamente, hemos esperado o amado, cuando hemos pasado por una espera positiva. Es como una caída, un retorno doloroso a una realidad muy alejada de nuestras expectativas. Sin expectativas, no hay decepción. Por eso nuestros enemigos nunca decepcionan, porque no esperamos nada de ellos. Así, para evitar la decepción, podemos intentar no esperar nada, ni de la vida ni de los demás. Pero ese desapego supremo no nos parece muy gozoso ni atractivo. Preferimos vivir con esperanzas a las que en ocasiones siguen decepciones, en vez de neutralizar todas nuestras ilusiones con el fin de no experimentar ningún tipo de decepción. Y tenemos razón, pues existe otra forma de vivir con ella.
Así, la decepción nos conduce a reflexionar sobre la aceptación, ese elixir para vivir en lo real y no en una sucesión de ilusiones y desilusiones. Aceptar no es resignarse ni someterse, no es renunciar a esperar o a actuar. Es tomar nota de lo que ya está ahí: acoger el mundo tal como es, en vez de exhortarlo a que sea como debería ser. Es aceptar tambíen la decepción, reconocer tranquilamente que esperábamos algo distinto. Decirnos sin más: "Bueno, las cosas son así", y dejar de lamentarnos ("¿por qué las cosas no son de otra forma?"), para volvernos luego hacia la realidad y ver qué es lo que podemos hacer: la decepción desemboca así, suave y progresivamente, en la acción.
Christophe André. (El aprendizaje de la serenidad)