lunes, 17 de enero de 2011

SABIDURIA

  Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano.
La plena conciencia refleja de nuestra pequeñez es muy importante para ir formando en nosotros un corazón humilde que sepa abrirse a la sabiduría de Dios y a las maravillas de su creación. Cuanto más grande es el ser humano, más capacidad de humildad tiene. La humildad es el descubrimiento consciente y profundo de nuestra radical limitación. La humildad, además, es el guía que nos lleva de la mano hacia la sabiduría del corazón. Más aún, yo diría, la humildad es casi sinónimo de sabiduría del corazón.
Sólo una persona grande logra ser humilde de verdad y sólo una persona humilde posee un corazón sabio.
Si tienes razón, no temas la crítica; si estás equivocado, aprovéchala

Creo que no se puede expresar con palabras más exactas que éstas la postura adecuada que deberíamos adoptar ante la crítica.
A todos nos duele la crítica negativa, porque casi siempre solemos pensar que llevamos razón en todo, y por eso somos tan sensibles ante la crítica y ante el halago.
Deberíamos saber adoptar ante la crítica una postura equilibrada y serena. Si creemos que la razón nos asiste, no la temamos. Si por el contrario, nos hemos equivocado, aprovechémosla para enmendar el camino y superarnos.
Las personas que saben encajar las críticas y tenerlas debidamente en cuenta, adquieren una gran madurez y, sobre todo, manifiestan un espíritu sincero y noble.
Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas

Es difícil saber encajar las críticas, pero es útil. Quien nos critica puede tener o no razón, pero su crítica es provechosa siempre; si es cierta, nos ayuda a corregirnos; si es falsa, nos hace ejercitar la paciencia y el aguante, dos virtudes muy recias.
No perdamos los estribos ante la crítica. Ésta sólo nos podrá resultar saludable si la sabemos encajar con serenidad. La crítica es como una corrección que nos llega por detrás e inesperadamente. Nos duele más que la corrección que nos viene por delante y que suele tener su origen en la verdadera amistad. Quien nos corrige quiere nuestro bien. Quien nos critica, en cambio, puede no quererlo, pero no significa que no tenga razón y que no tengamos, por tanto, que corregirnos.
Aceptemos las críticas con serenidad. Si son justas, nos hacen un gran bien, porque nos abren la posibilidad de corregirnos. Si son injustas, podemos elegantemente aparcarlas porque no nos afectan.

Es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.

Hay gente que se precipita en negar las cosas antes de enterarse de ellas. Es ésta una postura cómoda, y en cierta manera, reaccionaria.
No niegues las cosas antes de enterarte de ellas. El primer esfuerzo de una persona sensata consiste en vencer la ignorancia y acercarse con interés al conocimiento de las cosas.
Los hay que niegan por sistema las cosas por no verse obligados a rectificar su propia conducta. Es una negación interesada para atrincherarse en la justificación y defensa de las propias ideas. La ignorancia es la tapadera de la comodidad. El conocimiento, en cambio, te obliga a cambiar y a acoplar coherentemente tu conducta con el descubrimiento que acabas de hacer.
Haz un esfuerzo por acercarte a la realidad y al conocimiento de las cosas, recordando aquella sabia sentencia de Sócrates: «Sólo hay un bien, el conocimiento. Sólo hay un mal, la ignorancia.»
Los hombres inteligentes quieren aprender; los demás, enseñar.

Sin duda, es exagerada esta frase, pero revela al mismo tiempo una profunda verdad: el querer aprender es propio de personas humildes e inteligentes. Querer aprender significa estar cordialmente abiertos hacia la naturaleza y hacia los demás.
Toda la vida no es más que un continuo aprendizaje. El poeta griego del siglo v antes de Cristo Sófocles de Kolonos, afirma: «Noble cosa es, aun para un anciano, el aprender. » El aprender no debería tener edad. Cualquier tiempo es bueno para aprender. En todas las edades y circunstancias de la vida debe uno aprender.
Es muchísimo más lo que ignoramos que lo que sabemos; consecuentemente, la actitud más inteligente, humilde y lógica es la de aprender, es decir, la de estar abiertos para poder asimilar la sabiduría de la naturaleza y de los otros.
En la vida, a veces, nos corresponderá enseñar, pero la aventura que de verdad vale la pena es aprender. Y para ello, cualquier momento es bueno. Lo que importa es saber aprovecharlo.
Saber que uno sabe lo que sabe, y que no sabe lo que no sabe, he aquí la verdadera sabiduría


La conciencia de la propia capacidad y de la propia limitación es una importante fuente de sabiduría. La sabiduría es en definitiva realismo humilde. El realismo humilde nos hace valorar lo que sabemos y nos hace a su vez conscientes de lo que no sabemos. Y lo que no sabemos es infinitamente superior a lo que sabemos.
Ignoramos la mayoría de las cosas que pasan. Ignoramos la mayoría de los secretos de la ciencia y de la técnica. Por cada cosa que sabemos, somos analfabetos en diez mil. En ser conscientes de ello y a pesar de todo seguir estudiando con humildad y buscando con interés, en eso consiste la sabiduría. La sabiduría del corazón es humildad y búsqueda, es apertura a todo aquello que nos puede enriquecer moral y psicológicamente hablando.
La persona sabia no es lo mismo que la persona inteligente. La sabiduría es una cuestión del corazón. La inteligencia, en cambio, una cuestión del conocimiento. El inteligente entiende las cosas con facilidad; el sabio las sabe saborear en lo más profundo de su corazón y luego comunicarlas a los demás con sencillez.
La sabiduría del corazón es un don extraordinario que constantemente deberíamos pedir a la vida.
Lo que ignoramos es mayor que lo que sabemos
 A medida que uno lee, estudia, avanza en una ciencia se va formando una idea de la extensión de su ignorancia. Y esta precisa idea de nuestra ignorancia nos ayuda a ser humildes, modestos y, sobre todo, a continuar estudiando.
Nunca me ha resultado difícil comprender que un gran científico pueda ser una persona muy humilde y sí entiendo que un ignorante sea orgulloso. El escritor francés Bernard Fontenelle solía decir que «el orgullo es el complemento de la ignorancia».
Lo que ignoramos en cualquier campo del saber es muchísimo mayor que cuanto sabemos. De ahí se deduce que la humildad debería ser una virtud mucho más común. Pero aquí falla la lógica: a más ignorancia, más orgullo, más pedantería.
Para vencer la ignorancia y el orgullo, sólo hay un camino: leer, estudiar, analizar, investigar constantemente. Y al final de este camino continuaremos siendo ignorantes, pero tal vez un poco menos orgullosos al entender que lo que nos queda por recorrer es más largo que lo recorrido
La duda es la llave del conocimiento
 Gracias a la duda se han conseguido múltiples inventos que han hecho progresar a la humanidad. La duda es la chispa que pone en marcha la investigación y que, en definitiva, hace posible el adelanto del conocimiento.
Sin el mecanismo de la duda las sociedades habrían quedado anquilosadas y los pueblos no habrían avanzado. La duda amplía la ciencia y ésta dinamiza a los pueblos.
Tengamos muy en cuenta lo que decía Aristóteles: «La solución de una duda es descubrimiento de la verdad.»
No temamos a la duda. Ésta, debidamente formulada, nos puede abrir nuevos caminos y aproximarnos a la verdad. La verdad es como la meta a la que llegamos a través de la duda, es decir, de la sabia pregunta adecuadamente planteada
Quien no duda no puede conocer la verdad.
La duda no es un ataque a la verdad, sino todo lo contrario, nos puede ayudar a encontrarla y a profundizarla.
La duda, bien entendida, es un camino de humildad que nos conduce a la verdad. El hallazgo de ésta comienza con la duda. Quien sabe dudar busca, y busca modesta y tenazmente hasta que encuentra la luz de lo verdadero.
«Para investigar la verdad -decía Descartes- es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas, una vez en la vida.» La duda, pues, no bloquea la verdad, sino que nos ayuda a encontrarla. La verdad sólo comienza con la duda. Ésta no es más que la inquietud del que quiere buscar la verdad. Quien nada duda todo lo ignora. Sólo el que es capaz de dudar encontrará la certeza. El escritor polaco Stanislaw J. Lec sostiene que «la primera obligación de la inteligencia es desconfiar de ella misma».
La vida es duda, que es lo mismo que decir búsqueda incesante de la verdad. Las personas incapaces de dudar envejecen pero no maduran. La madurez humana y espiritual proviene de una ajustada dosificación de la duda que es la que nos hace rastrear la verdad