jueves, 6 de enero de 2011

EL REGALO

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Juan escuchó un ruido y se despertó. Miró hacia la ventana y estaba oscuro. - Todavía no amaneció, se dijo para sí. Y de pronto una luz intensa que provenía del otro lado de la pieza lo envolvió.
A no más de dos metros de la cama estaba flotando a 20 centímetros del piso un ser luminoso, que con el suave movimiento de sus alas muy blancas se mantenía en el aire. Estaba vestido de blanco y tenía un rostro que inspiraba paz.
A Juan le llamó la atención una bellísima caja con moño que el ser sostenía entre sus manos. Juan estaba atónito.
El ser luminoso le sonrió y le dijo: - Hola , buen día, estaba esperando que te despertaras.
Juan movió la cabeza de un lado para el otro, pues no entendía lo que veía. - ¿Estaré dormido? se preguntó. Como no podía creer lo que veía, comenzó a refregarse los ojos para sacarse de la retina la imagen que su cerebro no podía aceptar.
- Esto parece un ángel, y los ángeles no existen. Se dice y vuelve a refregarse los ojos, esta vez con la curiosidad de saber que pasaría cuando los volviera a abrir.
Finalmente aceptando que es un sueño, Juan se sentó en la cama y se dijo: - ¿Cuál es el problema, si total es un sueño?, puedo entonces permitirme charlar con este ángel.
- ¿Quién eres?.

- Soy, digamos, y el que parecía un ángel pensó un poco antes de contestar, mientras se rascaba la cabeza buscando inspiración - digamos que soy tu "ángel guardián", aunque quizás sería mejor llamarme "ángel regalador", y el ángel se rió para sí, sin compartir con el pobre Juan su chiste.
- ¿Qué quieres?, le preguntó Juan, molesto por estar metido dentro de un sueño, en el que ni siquiera entendía los chistes.
- Entregarte un regalo, contestó el ángel.
- ¿Y de qué se trata?, preguntó curioso.
- De tu nuevo día. Se trata del día de hoy, y mientras decía esto el ángel le acercó a Juan la hermosa caja. Era de unos cincuenta centímetros de lado, envuelta en un papel azul y cerrada con una cinta celeste que formaba un gran moño sobre la caja.
- Pero, te estás burlando de mí y no entiendo tampoco este chiste, dijo indignado Juan, y se alejó del ángel como rechazando "el regalo".
Luego pensativo dijo: - ¡Cómo puedes afirmar de que "me regalas el día", si el día me pertenece, no depende de nadie, viene dado, es mío y yo hago lo que quiero con él, sin necesidad de un "ángel guardián, o regalador"!.
- Eso es lo que tu creíste hasta hoy, y por eso estoy aquí, contestó el ángel, luego hizo una pausa, meditó en lo que iba a decir, y agregó:
- Te vengo observando hace mucho tiempo Juan y me doy cuenta que no estás apreciando los regalos que te hago todos los días. Por ejemplo el jueves pasado, cuando te despertase, te entregué una caja que contenía tu día. Un día nuevo, impecable, limpio, ¿y tu que hiciste?, no habían pasado más de dos horas cuando con la "excusa" de que te habías peleado en la oficina dijiste " este es un día de porquería" y tiraste a un costado la caja. La caja que contenía el resto de tu día. Una caja llena de horas hermosas, únicas, irrepetibles.
Luego el sábado fue aún peor: no habían pasado más de diez minutos desde el momento en que te habías despertado, momento en que tomaste la caja que contenía tu día, y ya tuviste un "cambio de palabras " con tu esposa, te enojaste, diste un portazo y desperdiciaste el resto del día lamentándote de lo mal que ella te trataba. Te la pasante repitiéndote que no te comprendía, y cosas por el estilo mientras el contenido de la caja se perdía sin remedio.
Pero ¿será posible que no entiendas que cuando te regalo un día es algo único y especial y que no tienes derecho a tirarlo a la basura porque te pasaron una o dos cosas desagradables?.
A esta altura del monólogo, el ángel estaba indignado, casi fuera de sí, o lo parecía, pues mientras hablaba volaba en círculos sobre la cama del pobre Juan. Este retorcía su cabeza buscando seguir el vuelo del ángel mientras se repetía: - Quédate tranquilo es solo un sueño, ya te vas a despertar, quédate tranquilo.
Y el ángel buscando calmarse se sentó arriba del ropero y desde allí, luego de hacer unos gestos con los dedos de sus manos, como si estuviese contando para sí, dijo: - Mira Juan, considerando que tienes 39 años, y que naciste el 22 de mayo de 1959, hoy te estoy entregando tu regalo número: 14.528. Te di ya 14.528 días para que vivas, para que disfrutes, para que crezcas. Y ¿que hace el señorito con los regalos que le doy?, se preguntó el ángel a si mismo y sin esperar respuesta dijo:
- Los tira, los ensucia, los ignora.
Finalmente el ángel tomó unas respiraciones profundas, se acomodó las alas, se arregló la túnica y lo miró fijo a los ojos a Juan. Entonces, muy despacio, de los ojos del ángel comenzó a salir una dulzura única, una paz inmensa que inundó al maltrecho Juan. Luego el ángel apoyándole una mano sobre el hombro le dijo:
- Por eso hoy me hecho visible ante ti, habías perdido el rumbo, y mi misión es ayudarte a recuperarlo. A partir de hoy cuando amanezcas serás consciente, aunque no me veas, de que yo estoy aquí para entregarte el regalo de un nuevo día.
Unos segundos después el ángel se fue y Juan semidormido se acostó, apoyó la cabeza en la almohada y se dio vuelta en la cama, como el que busca otro sueño, cuando el anterior ha sido muy intenso. Un rato más tarde el despertador lo arrancó de la cama, y Juan saltó hacía la ducha. Un nuevo día había comenzado. Tenía una sensación extraña, el sueño había sido muy vívido y se había quedado pensando en lo que había dicho el ángel sobre el "regalo" de un nuevo día.
- Es mí día 14528, se repetía mientras se afeitaba sonriente, a medida que pasaban los minutos Juan se sentía cada vez más relajado y feliz. Luego se dijo: - Vamos a ver cuál es el mejor modo de empezar a disfrutar este hermoso regalo.
Y de pronto su rostro se iluminó con una primer idea. Volvió hacía el dormitorio. Quería decirle "buen día" a su esposa y darle un abrazo y ese beso amoroso que hacía tanto que no le daba. La encontró sentada en la cama, mirando extrañada un pedazo de tela que había al costado de la cama del lado de Juan. Era una gran cinta celeste, de esas que se usan para envolver regalos.




Autor: Dr. Dino Ricardo Deon
Extraído del libro "Los cuentos de Dino".